La polémica de la semana. Dame mi agua

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Hace unos años unos famosos supermercados nos sorprendieron con el pegadizo mensaje: “Bolsa igual a caca”. Fueron semanas de tralla constante para concienciarnos de que usar plásticos era algo malo y anunciarnos el real decreto por el que dichas talegas comenzarían a cobrarse a 5 céntimos la unidad. Seis años más tarde bolsas de cualquier material son cobradas a diferentes precios y necesitamos comprar grandes rollos de sacos para la basura. Esto es el progreso, así se lo hemos contado y ahora vamos por el agua.

Paleterías propias, o ajenas, no quitan que Madrid y el agua son dos conceptos que han ido siempre unidos. Desde la cantidad de arroyos subterráneos que cruzan la ciudad, hasta la gran cantidad de “qanat” (o viajes de agua) que (mal que le pese a tantos otros) construyeron los árabes en la ciudadela y que durante siglos fueron utilizados hasta la creación del Canal de Isabel II en el siglo XIX, las madrileñas hemos presumido siempre de tener un agua rica y POTABLE (cosa que muchísimos otros lugares no han podido decir hasta hace bien poco). Se puede discutir sobre si es la mejor agua, que si el sabor nosequé o si el olor nosecuantos, lo que está claro es que hay tener mucho cuajo para comprarse agua embotellada en la villa y corte.

Y entonces llegamos a 2023. El Gobierno más progresista de la historia, con su ministro más importante a la cabeza, consiguió sacar adelante la Ley de Residuos y Suelos Contaminados para una Economía Circular. Una Ley que tiene como finalidad reducir la generación de residuos y mejorar la gestión de los que no se pueden evitar, creando impuestos especiales sobre el plástico para erradicar todos aquellos de un solo uso y de mala calidad. Las pajitas pasan a ser de cartón, se fomenta la venta a granel o a través de envases reutilizables, se obliga a cumplir unos objetivos de reciclado (aunque aquí también hay temita y sino que es lo pregunten a nuestros amigos de Ecoembes, pero eso lo dejamos para otra polémica)… Y todos nos cogemos de las manos y cantamos una alegre canción mientras la cámara se aleja, mostrando un planeta feliz. ¿Todos? No, porque si hay alguien aquí que tiene todo el derecho a quejarse, porque lo pasó muy mal en pandemia, es… la hostelería madrileña.

Es que no tenemos jarras” – Hostelero madrileño al uso.

Desde traerte una botella de agua envasada de primeras, a hacer oídos sordos cuando pides agua del grifo, cobrarte un céntimo por “todos los plásticos” (¿qué tal cadenas hamburgueseras?), al maravilloso “es que no tenemos jarras”, pasando por un inconcebible cobro de un “euro solidario” por filtrarte el agua y meterla en una botella del local (damos fe de que nos pasó y lo podéis encontrar en nuestro blog), las cabriolas que dan algunas para seguir “saliendo de la crisis pandémica” 3 años más tarde, mientras te obligan a reservar con una semana de antelación… son im-prezionantes.

Que Madrid es ya un gran parque de atracciones basado en Primark y el Rey León, ya lo sabíamos. Que cada vez se está llenando de “empresarios” sin escrúpulos, deseosos de llenarla de locales “instagrameables” que cierran a los tres días, lo intuíamos. Pero que se carguen la historia de la ciudad y terminen convirtiendo nuestro agua en un meme por el que encima nos cobren, es algo que todas nos tendríamos que mirar. Porque esto nunca ha ido de “bolsa igual a caca” y los DERECHOS hay que pedirlos… pero también protegerlos.

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