Salvemos las colas

72 horas de colas y esperas en un polígono de Madrid para conseguir chollos, largas filas para probar una tortilla de patatas, 27 horas de espera para conseguir una sudadera gratis, más de un kilómetro de espera por la apertura de un centro comercial… estas son las primeras opciones que nos devuelve Google cada vez que buscamos “colas en Madrid” y la lista sigue con “noticias”, anécdotas o historias sobre un tema que cada vez se hace más y más recurrente. Madrid espera muchas cosas, pero ¿por qué?

La primera acepción del verbo esperar para la RAE es: “Tener esperanza de conseguir lo que se desea” y parece ser que últimamente existen muchas esperanzas y deseos de conseguir cosas por la capital. Como ya indicamos en nuestro anterior artículo sobre el tema, Madrid ha dejado de ser una ciudad en la que se pueda improvisar un plan. Las reservas, pre-reservas e incluso (válgame deux) las reservas en las listas de espera para las reservas (nos ha pasado, nos ha pasado…) han inundado una forma de vida, la de la tasca y la barra, que parece estar avocada a la extinción. 

Desde que la caña, de toda la vida, fue dando paso a eso llamado “doble” que varía en forma, tamaño y vaso de un bar a otro, lo más preciado de la Villa y Corte (la hostelería) ha ido mutando a una suerte de lugar irreconocible en el que estar incómodo, sin sitio y “apretujado” parece ser la mejor señal de modernidad y haber pasado una buena tarde. Las mesas (en caso de haberlas) cada vez están más juntas, minibarras o barriles son ofrecidos por camareros para reuniones de hasta 10 personas y absolutamente todo es recogido sin terminar y (por regla general) sin preguntar antes. Es la ley de la oferta y “sólo te dejo la mesa media hora porque viene más gente y te quiero fuera en 45 minutos”. ¿Pero de dónde viene todo esto?

“Existen artículos en “periódicosque ensalzan y enaltecen restaurantes y bares por sus kilométricas filas.”

Cuando la pandemia empezó a dar muestras de fatiga y rebajó su terrible y desagradable potencia, todas entendimos (ejem… o quisimos entender) que ciertos sectores había sufrido más que otros. ¿Sectores en los que la precariedad laboral y la falta de contratos hacían imposible que cualquier persona pudiese resistir cualquier tipo de altibajo laboral? Por supuesto, pero vamos a hacer como que nos creímos que “nuestra obligación” era tomarnos una caña para salvar familias de emprendedores hosteleros (vamos a intentarlo). Muchos de estos pobres salvadores de la colocación pseudo-legal de gigantescas terrazas en mitad de las aceras (que son de todas, DE TODAS) empezaron a pedir números de tarjeta para aceptar reservas y a penalizar por no aparecer (Porque todas sabemos que, al igual que los toros de lidia, si no se usan las mesas de una terraza… desaparecen). Pero lo aceptamos, porque “habíamos salido mejores” y había que arrimar el hombro para no dejar a nadie atrás. 

Pasó la pandemia, pasaron los años y esta práctica siguió entre nosotras, mirándonos a la cara y diciéndonos que “más les duele a ellos hacer estas cosas”. Y aparecen más polémicas de bares y restaurantes coloridos y florales, que incumplen absolutamente todas las normativas de seguridad, que no tienen licencia o simplemente son una fachada para una cocina fantasma que atufa y molesta a vecinas de aquí y allá. Da igual. 

¿Y por qué da igual? Porque parece que nos gusta hacer cola y esperar por “lo que sea”. Actualmente existen en Madrid lugares que toman la espera en la calle como muestra de buen hacer. De hecho, existen artículos en “periódicos” que ensalzan y enaltecen restaurantes y bares por sus kilométricas filas e incluso alientan a los lectores a engrosarlas unos metros más con su presencia porque “a veces tienen sitios que no se llenan” (pero se cobran, recordemos). El pasado fin de semana acudimos a un famoso, moderno y fresco local de encurtidos y tapas cerca de la plaza de Olavide. Unos días antes habíamos pasado por delante y nos pareció un local interesante para un posible y nuevo post sobre nuestras recomendaciones de gilda y vermut. Cuál fue nuestra sorpresa al encontrarnos con una interesante fila en la puerta. Antes de llegar a preguntar sobre los posibles tiempos de espera, un camarero de potente y varonil voz ofreció (así, al aire) una mesa hasta las 14h. Así, tan sorprendidas como estábamos y viendo cómo la parsimonia que reinaba en el resto de las integrantes de la alargada espera, decidimos aceptar el ofrecimiento y adjuntar un: “¿Qué hora es?”, que fue respondido con un siempre bello y útil: “Y yo qué sé”. Entre empujones y codazos, para nuestra sorpresa terminamos accediendo a un comedor totalmente vacío en el que un camarero no esperó ni a que nos sentáramos para tomarnos nota. Las cañas (con pinta de dobles), las gildas y la ensaladilla rusa aparecieron y desaparecieron frente a nosotras sin que nuestros tenedores tuviesen la capacidad de haber salido de nuestras bocas con el último bocado y antes de que nos diésemos cuenta, las otras tres personas que deglutían a nuestro lado fueron echadas porque “ya llegaban las reservas”.

“Por las colas que hay en todos sitios, no parece que haya problemas de demanda. Pero con esa actitud y formas…”

Sinceramente esperamos que nadie tuviese percance alguno y fuese cobrado por no estar en la mesa en el lugar indicado en el momento idóneo. Esperamos que ese segundo bar/restaurante de reciente apertura junto a la plaza de Olavide y mismo nombre que otro en otro barrio de Madrid, no quiebre nunca y siga manteniendo a todos los camareros y camareras que allí, seguro tienen contrato de media jornada (“De doce a doce” como dice José Luis Yzuel, Presidente de la Confederación Empresarial de Hostelería de España). Y lo mismo le deseamos a toda la hostelería de la capital y de España, pero nos empieza a resultar muy molesto el hecho de no poder ir a tomar algo tranquilamente y sin una amenaza constante de cobro y/o que viene otra persona.

Señor/Señora hostelero/a, si no tienes mesa, no tienes mesa. Si has hecho una reserva y alguien no se presenta o no avisa en diez minutos, se le pasa al siguiente. Por las colas que hay en todos sitios, no parece que haya problemas de demanda… pero con esa actitud y formas, puede que empiece a haber. Por lo pronto hay un sitio que al que ya no nos apetece volver.

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