Vaya lío con la cabra

En nuestro afán por descubrir, catar y (por qué no decirlo) pasarlo bien, en De Cines y Cenas buscamos los mejores sitios para disfrutar de la siempre variada noche madrileña. En este caso, habíamos leído varias referencias sobre el restaurante “La cabra” que hacían que nos apeteciera bastante la visita a este local situado en el barrio de Chamberí. La premisa era clara y concisa: La Cabra es una llamativa y singular propuesta de tapas y cocina castiza. Disfrute de una carta gastronómica en constante evolución e innovación dentro de nuestra cocina para proporcionarles la mejor experiencia.

Y claro, a quién no le ponen los dientes largos una descripción así, que te promete todas las maravillas de nuestro tapeo más tradicional, pero actualizado a través de la cocina moderna. Así que, un sábado sabadete para allá que nos fuimos de cenita. 

Nos llamó un poco la atención que no tuviéramos problemas para reservar con poca antelación y ver el restaurante casi vacío cuando llegamos, pero la verdad que no le dimos muchas vueltas y una vez acomodadas nos centramos en la carta… Pero antes de pasar a valorar los platos, y como habréis venido deduciendo por título e intro, permitidnos adelantaros el misterio de lo que estaba ocurriendo allí y que, (oh spoiler) nos hizo darnos cuenta al final de la cena de algo que no nos cuadraba sobre el restaurante. La Cabra era el segundo proyecto del Chef Javier Aranda del restaurante madrileño Gaytán, ganador de una estrella Michelín, pero (y esto es lo que no sabíamos) durante la pandemia el local cambió de manos y, pese a mantener el concepto gastronómico, el nivel de innovación de la cocina… no es el mismo. 

Aclarado todo el lío que nos habíamos hecho, y que fue explicado amablemente por los camareros, comenzamos la “review” de la cena. Como entrantes, tres platos: Zamburiñas yakiniku y salsa mornay (media ración 8 €), cocinadas al horno con la salsa gratinada, estaban buenas pero un poco frías por el centro; Berenjena a la miel con salsa de Idiazábal ahumado y crujiente de pistacho (media ración 8€), después de presentarla nos la prepararon y sirvieron la mitad a cada una con mucha ceremonia, aunque sinceramente nos pareció demasiada enjundia para una berenjena (aparentemente) hervida y un poco sosa; y Torrezno con espuma de gachas (14€), el mejor de los tres entrantes, el torrezno sabroso y con corteza crujiente y carne tierna, y la espuma de gachas muy buena también. Como platos principales quisimos probar un pescado y una carne, así que optamos por el Canelón de pato, bechamel y salsa hoisin (18€), que disfrutamos bastante y fue lo mejor de la cena; y un Bacalao a baja temperatura con pilpil de guisante (22€), donde el pilpil estaba muy rico y de textura muy agradable y ligera, pero con un el bacalao correcto. Por último, (como ya sabéis, en De Cines y Cenas nos tomamos el postre como una obligación sagrada) pedimos con mucha ilusión (y por 9 €), una Torrija con helado casero de canela… A todas luces una gran elección de temporada, pero sentimos deciros que aunque era grande y tenía muy buena pinta, resultó estar un poco seca. 

Algo a destacar en la propuesta del restaurante, es la amplia carta de vinos que ha confeccionado el establecimiento, de todos los precios, tipos y denominaciones. Si os gusta elegir maridaje, aquí vais a tener una gran selección a vuestra disposición. 

En conclusión: el ticket ronda lo mismo que en anterior proyecto de Javier Arana, unos 60 euros por persona, (nuestra cuenta, incluyendo una botella de vino Luis Cañas, fue de 113 €), la reforma del espacio por el estudio Mecanismo está muy chula, pero la carta ha pasado de ser una selección de tapas de autor, a una comida que no está mal, pero que nosotras sinceramente pensamos, que quizás no se merece tanto esos precios.

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