Cuando un país es nombrado Cólquida por los griegos, fue visitado por Jasón y los Argonautas en su búsqueda del Vellocino de Oro, fue dominada por Roma y Constantinopla, fue conquistado por los musulmanes, mongoles, por el Imperio timúrida, persa, otomano y termina siendo anexionado al Imperio ruso antes de convertirse en República independiente… Obviamente tiene mucho que contar al mundo y suele ser sinónimo de tener una mezcolanza gastronómica de las que se disfrutan. Si a esto le unimos que Kinza, en georgiano, significa “cilantro”, tenemos un restaurante que hay que visitar.
La comida georgiana no es muy conocida en nuestro país, pero resulta ser de las más extendidas por tierras rusas. La variedad de platos con diferentes hierbas y especias, unida a su historia ligada al vino (es la región productora más antigua del mundo) ha generado una abundante y orgullosa variedad de estilos de cocina originarios de Georgia, divididas entre las diferentes provincias históricas del país. Con esto aclarado, nos disponemos a probar Kinza un restaurante que abrió en 2018 en Barcelona y que tras abrir hace unos años en Madrid, por fin hemos conseguido catar. Y es que el restaurante Kinza de la calle San Bernardo 22, a escasos metros de la Gran Vía madrileña, llevaba meses imposible de reservar (como cualquier restaurante en Madrid) pero gracias a la magia de agosto, conseguimos comer sin espera y sin barullo. El local era un antiguo bar de barrio, donde unos murales con los escudos de Real Madrid y Barcelona atraían a la parroquia futbolera los fines de semana y de ahí ha sido reconvertido en un agradable restaurante, de luces tenues y con ladrillo visto (muy de moda entre los bares de la zona).
“Cuando un país fue visitado por Jasón y los Argonautas en su búsqueda del Vellocino de Oro, suele ser sinónimo de tener una mezcolanza gastronómica de las que se disfrutan.”
Pero a lo importante: la pitanza. Si buscamos “comida georgiana” en nuestro buscador favorito, lo primero que nos va a salir es la foto de un Khachapuri y otra de unos Khinkali. ¿Y quién somos nosotras para remar en contra de San Google? El Khachapuri (15.90€) es una suerte de pan con forma de barca, al que se rellena de una gran cantidad de queso georgiano y se le añade una yema de huevo y mantequilla (a la manera de Adjaria, en la costa del mar Negro). La masa está recién sacada del horno y al llegar a la mesa, un camarero nos mezcla los ingredientes y nos explica la manera de comer el plato: Se va cortando el pan por los lados, hasta que desaparece la mantequilla y de ahí es un sálvese quien pueda, porque el Khachapuri está riquísimo y no haces más que mojar y atrapar queso en cada pellizco.
Los Khinkali (15.90€) son (prácticamente) considerados plato nacional de Georgia. Rellenos de carne picada y caldo, estos saquitos cocidos de masa de harina de trigo están buenísimos… aunque son contundentes. Al parecer se comen con la mano, se muerden, se bebe el caldo y se come el resto dejando la masa de la punta, así que si queréis ser georgianos de pura cepa, seguid las indicaciones.
Otra de las cosas que nos sorprendieron de Kinza fue la organización de los platos, porque fueron viniendo uno a uno y (tal vez) los hubiésemos disfrutado más si se hubiesen superpuesto un poco, ya que pedimos todo para compartir. Lo cierto es que empezamos la comida con uno de los platos que más nos gustaron el Badrijani (11.80€), una tapa estrella de la cocina georgiana consistente en unas berenjenas fritas, rodeando una pasta de nuez. Seguimos con el Khachapuri, continuado de un Kebab georgiano casero (16.50€) con una rica y especiada salsa Satsebeli que le venía perfectamente y terminamos con los Khinkali. Todo fue marinado con una cerveza de la zona (Zedazeni) suavecita, pero con cuerpo y agua de Madrid en jarra, que ya sabéis que nos gusta que nos la pongan del grifo y sin sorpresas de cargos locos.
“Aguantar los calores del agosto madrileño tiene su premio y el conseguir mesa en cualquier sitio es uno de ellos.”
Si bien la cantidad era perfecta para cuatro personas, hicimos nuestro ya bien conocido esfuerzo por descubrir a nuestros lectores, la variedad de postres. Empezamos con un pastel ‘Medovik’ (6.90€), de miel y galleta, con dulce crema de queso. Jugosísima y suavecita, todo un acierto perse a ser más tipica de Rusia que de Georgia. Y también pedimos un Baklava casero (6.50€) con nueces, que estaba duro a la cuchara, pero sorprendentemente blandito y sabroso en boca. Dos grandes aciertos y dos perfectos finales para una comida espectacular.
Conclusiones: tuvimos que ir, llamar y suplicar para conseguir mesa en Kinza, pero aguantar los calores del agosto madrileño tiene su premio y el conseguir mesa en cualquier sitio es uno de ellos. Kinza (que en georgiano significa cilantro) es un restaurante que casi nos hace desistir, pero una vez que lo hemos catado, tiene pinta que repetiremos… Tal vez sea el próximo verano o tal vez intentemos en el segundo local que han abierto en la capital, en la calle Hortaleza 96.
Wow, que descubrimiento. Queda apuntado en mi agenda gastronómica 😉 Gracias por compartirlo.
Nos costó reservar mesa, pero valió la pena. Todo riquísimo y lleno de sabores y texturas sorprendentes.
Muy recomendado 😋
Increíble, apuntado en mi agenda, sin duda iré. Mil gracias por compartir.
Ri-quí-si-mo. Todo un descubrimiento. Ahora… hay que reservar primero o no se encuentra mesa.
Un saludo Montse 😊