La taberna del cisne azul. Aceptamos boletus.

Aprovechamos que nuestro lunes 1 de noviembre festivo resultó amanecer soleado después de tres días de lluvia, para dar un paseito por El Retiro y ver la expo recién inaugurada del artista filipino Kidlat Tahimik en el Palacio de Cristal. A la salida, aunque habíamos planificado comer en casa, nos entraron las ganas de darnos un capricho y cerrar nuestra mañana tranqui con una buena comida por el centro. Y nos acordamos de un sitio al que teníamos muchas ganas de ir desde hacía un tiempo. Es un local situado en el barrio de Chueca y cuya especialidad son las setas. Como esas delicatessen nos encantan y además estamos en plena temporada otoñal, pensamos que sería la elección ideal para una comida informal y para allá que fuimos.

Aclarar que en la calle Gravina donde está situado, hay dos establecimientos del mismo dueño. En el número 19 está La taberna El cisne azul, un local que lleva más de cuarenta años funcionando con el prestigio de ser uno de los mejores comederos micológicos de la ciudad, y un poco más abajo, el restaurante con el mismo nombre, que abrió sus puertas en 2013 y que como reza su web “ procura continuar con las tradiciones y costumbres de su homónimo ampliando el espacio y la comodidad”. Decidimos probar suerte en la taberna y nos acercamos a preguntar si había sitio. Como estaba todo lleno, nos pusieron en lista de espera y se quedaron con nuestro número de móvil para avisarnos cuando hubiera mesa libre. Nos dijeron que calculaban unos 40 minutos y fueron clavados. La verdad es que al final agradecimos ese ratito, porque aprovechamos para tomarnos un aperitivo un poco más arriba, en la misma plaza de Chueca, en la Taberna de  Ángel Sierra, otro local mítico castizo donde tomamos unas cañas que estaban tiradas rozando la perfección, acompañadas de unas gildas que nos hicieron guiñar los ojos y nos supieron a mil amores. 

Un restaurante con más de 40 años y con el prestigio de ser uno de lo mejores comederos micológicos de Madrid.

Ya de vuelta en el cisne azul nos acomodamos en un barrilito en la entrada. Para beber nos pedimos una botellita de Valdesil Godello fresquito, que por 22,50 €, nos pareció que podía funcionar como  maridaje perfecto para lo que iba a venir. Y lo dicho: a elegir las setas. Ya que nos habíamos tomado el aperitivo fuimos directos a pedir dos platos principales. El primero era la mezcla de setas con yema de huevo (15 €), en este plato te ponen las setas de temporada, en un revuelto que está buenísimo y junta las diferentes texturas y sabores de lo que toque en ese momento (cantharellus, trompetillas, níscalos, marzuelos, lepistas, gurmuelos, senderuelas, y un largo etc). Debajo de las setas un huevo frito nada grasiento, y en el punto perfecto, poco hecho, pero no crudo, para que la yema se rompa y se mezcle con las setas dándole cremosidad. De segunda opción un boletus con torta del casar (18 €). Quizás la propuesta no es la más innovadora, ya que el boletus suele ser muy habitual, pero no pudimos evitar querer disfrutar de la textura de esta seta que nos encanta. El casar añade un sabor fuerte al plato, que casi llega a tapar el del boletus, pero la verdad es que nos pirra también el queso fuerte. Los platos no son excesivamente grandes, por lo que terminadas estas dos raciones, dudamos si pedir algo más, nos llamó la atención el ibérico con huevos de oca, pero de esto sí que no era temporada (se ve que a las ocas les gusta más criar en primavera), así que finalmente nos decidimos por un plato de queso a modo de postre y para rematar el vinito que nos quedaba. Después de dudar, (en la carta tienen una selección variada de quesos para todos los gustos que va desde queso azul, pasando por el italiano pecorino, el manchego y el ya mencionado del casar), nos decidimos por un queso majorero “Maxorata” de Fuerteventura, que preparan a la plancha y sirven acompañado de una mermelada de cebolla. Fue un acierto, estaba muy rico, la mezcla de sabores funcionaba muy bien y resultó perfecto como cierre de la comida. 

Conclusión: una comida perfecta para amantes de la micología y los quesos por un precio bastante competitivo (la cuenta final para dos personas fue de 64,50€). Dos opciones de visita con cartas casi idénticas: la taberna más informal y que no admite reserva, pero donde no es complicado comer si estás dispuesto a esperar un poco y el restaurante, más amplio y cómodo y con posibilidad de planificar la reserva en la web. Ganas de volver y probar más variedades de setas. 

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