Desde hace un tiempo, el panorama cultural de Madrid ha conseguido llenarse de toda una plétora cultural, tan atractiva como dispar en calidades y precios. Del “Broadway madrileño” (como se intentó llamar a la Gran Vía) hasta el más recóndito y escondido teatro de barrio, intentan colmar los siempre ansiosos estómagos de un público hambriento de entretenimiento, aunque reacio o falto de una capacidad económica capaz de seguir el ritmo de las tendencias del momento. Pero ¿cuánto vale realmente un espectáculo?
De forma somera y así, de cabeza: desde actores, bailarines, cantantes, músicos (parte “visible”) de un show, pasando por todo el departamento técnico del teatro, siguiendo por la promoción, cartelería, alquiler de los espacios y entrando en los farragosos lugares que los derechos de autor generan con respecto a canciones originales, autorías y demás… nos encontramos con que en la mayoría de los casos, las ofertas que vemos en las webs de ahorro cultural van directamente en contra del bolsillo de los organizadores y participantes en dichas representaciones y, son más parecidas a bengalas de ayuda en mitad de la noche, que a intentos por rellenar esos “cuatro últimos asientos” que misteriosamente siempre quedan para nosotros.
Con esta premisa en mente, hemos de agradecer la existencia de espectáculos como el de Candlelight, los conciertos a la luz de las velas que desde hace un par de años se realizan en Madrid y que acercan al público un popurrí de composiciones (normalmente clásicas), interpretadas por un grupo de músicos jóvenes y por un precio asequible. La premisa es sencilla e incluso atractiva: ¿si a todos nos gustan los baptisterios romanos, cómo no nos va a gustar un concierto de los grandes éxitos de Beethoven entre una tenue y agradable penumbra?
Debería, pero en el caso del concierto tributo a Ludovico Enaudi nos encontramos con un pequeño problema. La representación se dio en el Hotel Wellington de Madrid, en una fresca noche de otoño. Acudimos al lugar con mucha ilusión, puesto que nos gusta bastante el trabajo del compositor italiano, pero lo que nos encontramos fue algo… bastante diferente a lo que nos esperábamos. El ambiente que creaban las velas con ese pulido piano de cola era muy cálido e íntimo, pero hay que “agradecer” a un miembro del staff organizador, que se pasó toda la representación mirando el móvil frente a la puerta (con sus luces y brillos incluidos), aunque pero el protagonismo de la noche no fue para él. Al piano, apareció Borja Niso, un pianista autodidacta que tocó (con algún traspiés que otro) una selección de temas de Ludovico Enaudi al piano.
Y aquí empieza el debate…
Al terminar el grueso de actuación, Borja paró los aplausos (merecidos, no decimos que no) para contarnos la historia de cómo llegó hasta ahí. Que si ver un anuncio de Lotería le cambió la vida, que si la música de Ludovico le hizo dejar su trabajo y empresa, que su mujer le dejó, que su madre no le habla por dejarlo todo por aprender a tocar al piano “Nuvole Binache” (recordemos, de Ludovico Enaudi) de memoria y sin clase alguna de solfeo, así como la curiosa historia de “superación personal” (y llena de saltos temporales) que le ha movido durante los últimos “4 años” hasta llegar a “hacer llorar al público como Ludovico me hizo llorar a mí”…
Todas estas ideas están muy bien y desde “De Cines y Cenas” nos alegramos mucho porque este señor sea muy feliz con sus cosas, pero… desde el momento en que Borja contó su travesía por el desierto, el show cambió de “Candlelight: Tributo a Ludovico Enaudi” a “Persigue tus sueños con Borja Niso”, un espectáculo que no habíamos ido a ver y que ciertamente… no era lo que estábamos buscando para una tarde de domingo.
Para gustos están los colores y (por lo que hemos visto en diversas webs) Borja ya da charlas para “… demostrar que los sueños se pueden cumplir si ponemos amor y cariño en nuestras vidas…” pero nos parece curioso que este tipo de espectáculos que podían dar salida a gente que pone amor y cariño en sus vidas y en sus estudios de solfeo, pierdan oportunidades y lugares para desarrollar sus carreras profesionales.
En resumen: fue un concierto correcto (con algunos fallos de interpretación) en un bonito ambiente, una charla de autoayuda y poco o ningún protagonismo para la música que fuimos a escuchar (recordemos otra vez… de Ludovico Enaudi).
Una pena.