El perro y la galleta, comenzamos

En un mundo (el culinario) en el que las modas vienen para conquistar los estómagos y desaparecer para siempre entre los menús del día… nos encontramos en la Edad del Bao.

Tras las croquetas de boletus, el hummus y el risotto, parece que los restaurantes de moda han optado por los sabores orientales fusión (y el tartar de salmón) para completar sus cartas. Dado este panorama nos hemos puesto como misión buscar algunos sitios donde la carta sea un poco diferente y fruto de esa búsqueda decidimos reservar en un restaurante que hemos visto últimamente repetidas veces. Se trata de El perro y la galleta. Al ir a reservar en su web nos dimos cuenta de que hemos visto repetidamente este restaurante, no tanto porque pasáramos por la misma calle una y otra vez, o porque estuviéramos viendo doble, sino porque tiene cinco sedes: Retiro, Chamberí, Castelló, Fuencarral y Malasaña. En la intro en google se definen con el siguiente epígrafe: 

“Platos llenos de creatividad. Menú fresco de verano y deliciosas opciones sin gluten. Comida internacional y tradicional en un ambiente único. Restaurante Dog Friendly. Decoración Canadiense. Tartas espectaculares. Postres con galletas. Tipos: Entrantes, Pastas y Arroces.”

Una mezcla curiosa cuanto menos, que dada su expansión por los múltiples locales en los barrios centrales de Madrid, parece estar funcionando. 

Para nuestra cena hicimos la reserva en el local de Retiro, en la calle Claudio Coello 1. Reservamos la mesa a las 23.00 h porque esa tarde teníamos un plan previo que nos iba a deparar muchas sorpresas. Aunque esa es otra historia…

15 minutos antes de la hora acordada estábamos allí, puntuales de más como debe ser, y lo primero que nos llamó la atención fue el agradable aroma a galleta que inundaba todo el local (me rio yo de la Magdalena de Proust, frente a una caja de Campurrianas de las de toda la vida).

La decoración es bastante clásica, con grandes muebles llenos de vajillas de tono antiguo, maderas oscuras, luces cálidas, cabezas de perros con sombrero junto una colección de bastones rústicos en la parte alta de la pared y numerosos peluches cánidos con galletitas colocadas de manera tan minuciosa sobre sus hocicos que caían a menor movimiento de los alrededores.

Nos atendieron amablemente y nos pidieron que esperáramos 5 minutos mientras terminaban de preparar nuestra mesa. Y así, acomodados en la zona de espera, con unos Albariños… nos invitaron a entrar en el comedor interior para empezar con la experiencia gastronómica.

Nos entregaron el ya típico y amistoso folio con QR y nos dispusimos a mirar la carta. No es demasiado extensa pero sí diversa, por supuesto incluía algunas opciones de moda, como dos tipos de tartar de atún con aguacate y gyozas (que manía). Por lo menos no tenía baos, aunque sí las consabidas hamburguesas y tacos. Obviamente decidimos pasar de estas opciones a las que ya tenemos un poco de rabia y nos inclinamos por probar tres entrantes y compartir un plato principal. 

Nuestra primera elección fue una ensalada de higos y tomate rosa con aderezo de aceite de oliva, miel y balsámico (13,50 €) que nos pareció que podría proporcionar una combinación de dulce-salado bastante interesante. Nos presentaron la receta en una pequeña fuente rectangular que traía montadas cuatro rodajas de tomate, con cuatro rodajas de higo encima y bañadas en el mencionado aliño. No era una gran cantidad, pero si el plato hubiera sido delicioso tampoco habría parecido pequeño. El tomate tenía pinta de estar sabroso, el higo tenía pinta de estar bueno, pero sinceramente era difícil apreciar sus sabores porque el exceso de protagonismo se lo llevaba el aderezo que cubría abundantemente cada montón y que claramente abusaba del vinagre balsámico. Una pena. 

El segundo entrante que pedimos fue champiñones rellenos de calabacín, queso trufado, tartar de tomate y pesto (13 €). Esta vez también había un exceso de dulce para nuestro gusto, aunque quedaba un poco más compensado por el sabor del queso gratinado y crujiente que ponía un contrapunto más agradable a la mezcla. El champiñón jugoso y en su punto. En conjunto el plato no estaba mal, pero nosotros le hubiéramos quitado azúcar, que por otro lado no teníamos muy claro de dónde salía, porque que sepamos ni el tartar de tomate ni el pesto lo llevan. 

Hasta aquí un poco al límite todo, nada muy sobresaliente aunque tampoco nada que nos hubiera asustado, pero la mayor sorpresa llegó en nuestro tercer entrante, flautas de pollo rebozadas en galletas con dips de tzatziki y curry-menta (14 €). Un nombre bastante pomposo para lo que toda la vida se ha llamado nuggets de pollo con dos salsas para mojar. Reconocemos que al elegir el plato, tuvimos un pequeño debate sobre si la mezcla de sabores del curry y la menta iba a funcionar bien, y decidimos probarlo porque nos parecía algo original y un poco atrevido. Nos imaginábamos unas flautas de pollo al estilo mejicano, bañadas en una salsa que nos haría explotar el paladar mezclando las notas frescas de la menta con el picantón del curry. Pero la realidad fue que la minifreidora (otro básico de las presentaciones de la Edad del Bao) y los dos cuencos con salsas fueron… lo ofrecido, sí… pero un poco decepcionantes y redujeron nuestra anterior diatriba a un “¿Dónde mojas ahora?”.

Pero no solo de entrantes vive el comensal, así que tan pronto como las últimas migas de los nug… de las flautas, desaparecieron, un Ravioli de burrata con setas, salsa tartufata y crujiente de galleta (16,50 €) apareció ante nosotros. Un plato correcto, el ravioli al dente, relleno de la burrata, no estaba mal, quizás un poco tieso de más y sin un sabor muy destacable, la salsa muy rica, era lo que le daba el toque al plato, cremosa y con un buen sabor que se podía paladear en la boca, y la galleta no era mal contrapunto. 

Tras cerrar el grueso principal de la cena, varias preguntas sobrevolaron nuestras mentes y estómagos:

¿Hemos sido suficientemente contentados con los platos que hemos degustado? No
¿Hemos sobrepasado la hora cincuenta en la que nos dejan la mesa? Casi… pero no.
¿Es posible que el olor a galleta y los diversos crujientes de galletas me estén pidiendo algo?
Seguramente tampoco, pero todo nos llevaba hacia La Gran Pregunta:
¿Queremos postre? Y sí… Pedimos postre.

Para el cierre nos decantamos por una tarta de queso con coulis de frutos rojos y base de galleta (6,50 €). Y ahí sí… ahí sí acertamos. Quizás fue lo mejor de toda la cena, la tarta estaba muy cremosa y rica, la base de galleta crujiente y los frutos rojos servidos en un bol aparte de manera generosa también excelentes. Nos la sirvieron acompañada de una bolita de helado de vainilla. Y la sorpresa principal fue el tamaño, era extragrande, tenedlo en cuenta porque si no llegáis con mucha hambre al final es difícil de rematar incluso entre dos. Extraña un poco esta diferencia en el tamaño de la ración con los platos del menú. 

Resultado final, 85 € no muy merecidos para lo que tomamos. Salvo los nuggets nada que nos entristeciese como catadores experimentados que somos, pero tampoco nada que aupase a “ El Perro y la Galleta” entre el Olimpo de los restaurantes sin baos. Postres gigantes, buena atención y ambiente agradable.  

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