Si hay una cosa que nos encanta (además de comer, viajar y el cine) es la historia. Ver cómo la humanidad ha evolucionado desde darle palazos a una piedra hasta que tú, querida lectora, estés leyendo estas humildes líneas nos parece interesantísimo. Así que en nuestro afán por comer y entretener, vamos a contar hoy la historia de la tarta Sacher y de los dos comercios que claman y se disputan la receta original de este dulce manjar, el hotel Sacher y el café Demel.
Viena es ópera, son palacios y es Sissi Emperatriz (perdón… Isabel). Capital de Austria y hogar de los Habsburgo, Viena es una ciudad para recorrer andando, perderse entre sus impresionantes edificios y leer su impresionante y loca historia. Pero también es un lugar para comer sus famosos schnitzel, los bombones de Mozart y (a lo que hemos venido) la tarta Sacher. Este, aparentemente, sencillo postre se compone de dos bizcochos de chocolate y mantequilla, separados por mermelada de albaricoque y recubiertos por una fina capa de chocolate negro. Su creación data de 1832 cuando el joven aprendiz de repostero Franz Sacher aprovechó que su jefe estaba enfermo, para deleitar con su creación a un grupo de invitados del príncipe Clemente de Metternich-Winneburg. El postre sorprendió gratamente a los comensales y la popularidad de la tarta subió como el bizcocho.
La famosa Tarta Sacher se compone de dos bizcochos de chocolate y mantequilla, separados por mermelada de albaricoque y recubiertos por una fina capa de chocolate negro
La controversia con la receta vino cuando el hijo de Franz, Eduard, comenzó a trabajar en la famosa pastelería Demel de Viena. Fundada en 1786, tuvo como cliente destacada a la famosa Isabel de Baviera, y vió como la receta original de la tarta Sacher fue evolucionando hasta la forma que hoy conocemos y gozando cada vez de más fama. Debido al éxito, Eduard terminó abriendo el famosísimo hotel Sacher y llevándose con él la tarta de su padre, pero al haberla perfeccionado en el café Demel estos reclamaron ser los creadores del famoso postre. Esta historia, aparentemente baladí, dio pie a toda una disputa legal que duró desde 1938 hasta 1963 (Guerra Mundial mediante) cuando ambas partes acordaron que el Hotel Sacher se quedarían con la denominación “Tarta Sacher original”, escrito en una pastilla de chocolate redonda sobre la tarta y el café Demel usaría “Tarta Sacher de Eduard” en una pastilla de chocolate triangular.
Aclarada la historia acudimos a ambos establecimientos a disfrutar de los manjares que se nos ofrecían y hemos de decir que… La Tarta Sacher no es para tanto, la verdad. Primero visitamos el Hotel Sacher donde, tras esperar una interesante cola de 20 minutos en la siempre fría Viena, nos dispusieron una mesa en mitad del salón para no clientes del hotel. Como en todos los lugares turísticos y famosos, el servicio no fue del todo agradable y nos molestó un poco que las camareras fueran vestidas con cofia (aunque esto es cosa nuestra). Pedimos la tarta y un chocolatito caliente típico vienés y decidimos probar, ya que estábamos, la tarta de manzana. Ambas nos parecieron exactamente lo que prometían, sin alardes. Después de tanta historia, nos habíamos hecho a la idea de una explosión de sabor en nuestras bocas, pero no sucedió. La tarta Sacher es un poco seca para nuestro gusto y el precio bastante excesivo (todo salió por 31.60€…) pero la verdad es que las dos salas del café son bastante bonitas y te sumergen en un ambiente de época. La carta del Café Sacher ofrece también copiosos desayunos con salchichas, tostas y sopas, así como diferentes tipos de café, té y chocolates.
Tras otra interesante cola, ya os avisamos que es mejor ir a estos locales a horas raras si no queréis tragaros 20 minutos de espera, entramos en el café Demel… y la cosa cambió bastante. Mientras esperábamos una mesa, pudimos observar desde el escaparate cómo realizaban todo tipo de pasteles, tortitas y bollos de todas las formas colores y (sobretodo) tamaños. En nuestra vida habíamos visto unas napolitanas y unos cruasanes tan grandes y apetitosos a la vista y al olfato. Por un momento éramos Charlie en la fábrica de un Wonka pastelero. Todo parecía delicioso y lo queríamos probar todo. Nos sentaron en una mesa delante de una sonriente pastelera que elaboraba kaiserschmarrn (una especie de crepes gruesos) sin parar y para cuando la amable camarera nos preguntó si ya sabíamos qué pedir… estábamos perdidos en un mar de hambre. Terminamos decantándonos por los Dukatenbuchteln (unas bolas de masa rellenas de mermelada y chocolate) con una crema de vainilla para mojar, y una tarta Fragilité que elegimos directamente del mostrador de tartas… precio, el que quisieron, pero volveríamos a pagarlo tantas veces fuera necesario. Tanto nos gustó todo, que terminamos comprando chocolates en su tienda y os podemos asegurar que merecen cada euro invertido.
Conclusión: Viena es una ciudad increíble, pensada para sorprender y disfrutar en varios días. En el verano se llena de conciertos y gente en la calle y en invierno se arremolina alrededor de los bellos mercadillos de navidad. Hay música y ópera en todos los lugares y a precios muy asequibles. Tiene la tarta Sacher… y tiene el café Demel. 200 años de historia nos observan a cada bocado que damos a cualquiera de sus deliciosas creaciones. Si vais a Viena y pasáis por allí… no hace falta que os recomendemos que entréis, porque tanto el olor como todo lo que se ve por el escaparate os harán perderos en su dulce dulce repostería.
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