Qué gusto da ir al teatro, ver a los actores desarrollar papeles y ficciones en directo, disfrutar de los juegos de luces y de, en muchos casos, edificios históricos llenos de magia e historia. Y qué rabia da que en mitad de todas estas ilusiones, llegue “quiensea” y se ponga a hablar.
Sí, pasa en los cines y es molesto, pero en el teatro parece incluso más grave. Primero porque no existe un sistema “sensorrounddeúltimageneración” que esconda al plasta entre sonidos de lluvia y explosiones, pero también porque puede despistar a unos actores que tienen que escucharse entre ellos y no pueden salirse del papel, porque “Joseluí” quiera participar con una de sus gracietas.
Este verano hemos tenido la suerte (y la calorífica necesidad) de ir bastante al teatro, obras buenas, regulares y malas, pero todas disfrutables por la “magia del directo”, y no hemos podido más que sorprendernos por la total falta de cultura teatral que se tiene y que, parece, aumenta en cada obra. ¿O somos nosotras?. La evolución de los teatros ha ido cambiando a través del tiempo, moviendo al público de lugar según los intereses de los ricos del momento. Desde colocar a mujeres y esclavos al fondo, pasando por colocar sillas sólo en el graderío, hacer los teatros ovalados para que se pudiese ver quién iba y/o bajar al patio de butacas para que el humo y el olor de las velas no molestase. Eran otros tiempos, como se suele decir, pero de un tiempo a esta parte, ya sea por un motivo o por otro, el hablar en el teatro o incluso avisar a los actores de lo que va a pasar (cual guiñol) se está volviendo más y más común de lo que cualquiera podría imaginar.
Mucha gente parece ir al teatro a tener “su minuto de charla”.
Todo parece indicar que la proliferación, ya no de humoristas que hablan con el público sino, sino de videos en redes sociales de humoristas que hablan con el público, está promoviendo que una oleada de nuevos espectadores acudan en masa a los teatros para comentar todas aquellas ocurrencias y situaciones que vean conveniente. Y la situación es incluso más grave en los espectáculos de humor, donde más de un cómico empieza a pedir silencio durante su propio show. Y es que mucha gente parece ir al teatro a tener “su minuto de charla”, fastidiando la experiencia de aquellos que hemos ido a ver a alguien que sí quería contarnos algo y que ahora intenta obviar a aquel con ocurrencias.
Pero parece mentira que en un lugar donde, a diferencia de los teatros en otros países, no se permite meter comida o bebida (por lo que sea…) y donde se siguen respetando los códigos de las llamadas, encendido y apagado de luces, subida del telón y demás costumbres, cada vez más, se vayan perdiendo otros códigos como los del silencio o entrar a la hora o quedarte fuera.
¿Está cambiando el teatro? ¿Está volviendo a ser ese lugar social y visceral donde la gente simplemente iba a pasar el rato? ¿Hasta qué punto es necesario tirar del público para rellenar un show?, o simplemente ¿falta cultura teatral? (de lo del móvil y que tu smartwatch este iluminándose cada dos minutos ya hablaremos otro día…)