Lo reconocemos: somos unas apasionadas de la comida oriental. Pero como suele pasar, cada vez que se habla de esta gastronomía, nos damos cuenta que saliendo del sushi, el ramen y el rollito primavera… no tenemos ni idea de todo lo que ofrecen y lo variadas que pueden ser las gastronomías de estos países (y no vengamos ahora de listas, que llevamos toda la vida comiendo rollitos de primavera y arroz tres delicias por miedo a pedir “Hormigas que suben al árbol”) (Y sí… nos da igual que sepas distinguir entre maki, uramaki y temaki, en el momento en el que te pides un California Roll estás, automáticamente, descalificada para dar lecciones orientales) (se tenía que decir… ¡y se dijo!).
Y tras estas puntualizaciones…
Una de las características más destacadas de la comida coreana es la gran cantidad de guarniciones (banchan) con la que sirven los platos principales. Decenas de platitos, con todo tipo de colores y formas que resultan un entretenimiento para la vista y el gusto. Muchos banchan se basan en la fermentación y la preservación, resultando de un gusto picante, salado y condimentado. Las sopas son también una parte esencial de su cocina y normalmente se consumen como plato principal. Si a todo esto le sumamos el picante, ya tenemos una idea de lo que nos podemos encontrar en la base de la gastronomía coreana. Pertrechadas con este conocimiento (un poco general, lo admitimos), nos dispusimos a encarar nuestra misión de hoy: la visita a Gayamun, un restaurante coreano con solera en la Calle Bordadores.
Gayagum constituye una mezcla un tanto ecléctica, ya que ofrece un menú coreano tradicional en un local castizo del centro. Está alojado en una céntrica taberna tradicional, con paredes encaladas, vigas vistas y baldosas de barro. Las mesas con manteles de papel y la carta plastificada le acaban de dar el toque habitual de los restaurantes madrileños más añejos. Sin embargo, en esta mezcolanza ambiental, encontramos toques típicos coreanos como las reproducciones exactas de los platos que podemos pedir que se muestran en el escaparate; así como una decoración “típica” coreana con pergaminos, dibujos y citas colgados en las paredes y completada por una serie de manualidades, realizadas por la mujer del matrimonio que lo regenta, que (según nos contó su orgulloso marido) tiene gran destreza con el papier maché con el que modela figuritas coreanas vestidas de manera tradicional. También los lienzos que cuelgan en las paredes son obra de esta señora, que parece ser una creadora prolífica (tiene todo el restaurante decorado con sus obras).
Al entrar en Gayagum fuimos atendidos de forma muy amable, y tras acomodarnos en una mesa del amplio comedor y dejarnos un tiempo a vueltas con la carta, el dueño se acercó para aconsejarnos sobre las posibilidades de nuestra elección, cosa que agradecimos. Tras la típica conversación sobre el grado de picante de los platos, en la que el señor aprovechó para presumir un poquito de su tolerancia al picante frente a la nuestra (-”¿pican?” -”para nosotros no, para vosotros, sí”), finalmente optamos por una menú que consiste en tres principales para compartir, una sopa individual y 10 guarniciones (“banchan”), por 25 euros por cabeza.
Como principales pedimos unos dumplings o empanadillas, que eran como los que estamos habituados en casi todos los orientales, a la plancha y rellenas de cerdo y verdura, solo que de tamaño extragrande (hubo reto para ver si cabían enteros en la boca); unos fideos de batata salteado con verduras y carne, que estaban muy ricos y sabrosos; y un pollo a la plancha en salsa picante. Este último plato lo trajeron con unas hojas de lechuga fresca, en las que había que enrollar el pollo y unirlo con las guarniciones a modo de “rollito”. Lo cual nos encanta, porque le da un toque refrescante que compensa genial el picante.
Los platos venían con 10 banchan de lo más variado. Algunos sabíamos lo que eran y otros no, pero todos cayeron. Desde unas pequeñas tortillas, hasta el típico kimchi encurtido, brotes de soja, verduras de varios tipos, patatas en salmuera y tofu. Os dejamos una fotito para que veáis la variedad.
Y para rematar pedimos dos sopas, que vinieron acompañadas de arroz blanco: una era de carne y verduras picante, (la “típica de hombres”, según nos informó el dueño del restaurante) y la otra de Kimchi, que es la más típica coreana. Picaban bastante las dos y aunque estaban buenas, acabamos un poco saturadas por la cantidad.
En conclusión, acabamos satisfechas, con la boca un poco picantona, pero nada que no pudiéramos manejar a pesar de las “insinuaciones” del dueño. Gayagum nos parece un sitio auténtico donde comer rica comida coreana, con cero postureo, pero donde se puede disfrutar. A destacar la atención del matrimonio que lo lleva y que son muy agradables, así como la utilización de productos frescos y cultivados por ellos mismos. Un local recomendable para iniciarse en esta gastronomía o para disfrutarla si ya la has descubierto.