Que ir al cine es un placer, es un hecho. Muchas cosas se han hablado sobre los sentimientos y sensaciones que genera en nosotras la gran pantalla, pero a veces, sólo a veces, ir al cine es un “algo más”. Es ser un niño que entra a una sala por primera vez y sentir ese extraño cosquilleo de cuando sabes que algo va a cambiar tu vida, o hacerse mayor y tener la posibilidad de llevar a tus padres a ver las películas que una vez les cambiaron la vida a ellos. Gracias al Cine Paz (que no nos paga, aunque lo parezca) el otro día vimos ‘Centauros del desierto’ de John Ford.
‘Cuando el horizonte está abajo, es interesante. Cuando el horizonte está arriba, es interesante. Cuando el horizonte está en el medio, es aburrido. Y ahora lárgate de aquí’ Estas fueron las palabras que le dijo Jhon Ford a Spielberg cuando se conocieron. Y qué razón tenía. ‘Centauros del desierto’ es una de las películas que más ha marcado en la historia del cine. Desde sus fotografía paisajística, así como la utilización de la música o el ritmo de edición fueron revolucionarios en aquel momento e inspiraron a los barbudos directores que terminaron destacando en los 70 (Spielberg, Lucas, Martin Scorsese…)
Hablar de ‘Centauros del desierto’ (The Searchers) es hablar de muchas cosas. Empezando por que es una de las traducciones libres más locas de nuestra historia pero, a su vez, de las más poéticas y que concuerda perfectamente con una trama donde todo el mundo tiene una historia que no cuenta y sólo demuestra con miradas, gestos o, simples giros de cabeza para evitar ver lo que está sucediendo. Es hablar de cine, de planos coreografiados donde los personajes entran y salen de escena de una forma magistral. Y también hablar de la historia de un Estados Unidos que en el año del estreno de la película (1956) llevaba menos de cien años en paz tras su guerra civil.
Basada en la novela ‘The Searchers’ de Alan Le May, ‘Centauros del desierto’ cuenta la historia de un perdedor, Ethan Edwards, quien tras ocho años de ausencia vuelve a la casa de su hermano en Tejas. Poco se sabe de dónde estuvo durante todo este tiempo pero tampoco hay tiempo para ello, ya que pronto es reclutado por el para perseguir a unos ladrones de ganado, junto a un grupo de Rangers y a Martin Pawley, su sobrino adoptivo. Tras descubrir que todo había sido una trampa de los comanches para alejarlos de sus tierras y matar a sus familiares, Ethan y Martin emprenderán un largo camino de cinco años, en el que la venganza y la búsqueda de su sobrina serán sus únicas motivaciones.
Si bien es cierto que la película no fue un gran éxito de crítica y público, su importancia en el cine se fue acrecentando con el tiempo. A la ya mencionada influencia en actores y directores posteriores, hay que añadir el tratamiento que se hace de la historia, así como de todos los tabúes de los que se hablan. Los personajes de esta película no son ni buenos ni malos. Tanto Ethan como el líder comanche responden a unas motivaciones previas que “justifican” sus acciones. Son seres violentos cegados por la venganza y que, tras años de guerra entre “indios” y colonos, reclaman sangre ante cualquier afrenta.
El racismo encarnado en el miedo al mestizaje, se hace presente en el personaje de Wayne que, tras desistir en la búsqueda de su sobrina, reemprende su cruzada con la idea de matarla y no dejarla vivir como comanche.
Y qué decir de la relación que se intuye entre Ethan y la mujer de su hermano y que le mantuvo alejado durante ocho años… misteriosamente, la edad de su sobrina.
Todas estas visiones, que ahora nos pueden parecer hasta censurables, influenciaron a los espectadores americanos y la película fue incluida entre las veinticinco primeras cintas que forman parte de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y seleccionada para su preservación en el National Film Registry por su significación cultural, histórica y estética.
Haber podido ver ‘Centauros del Desierto’ en pantalla grande (y en buena compañía) ha sido todo un sueño para nosotras. Desde que salimos a Monument Valley por esa pequeña puerta, hasta que dejamos fuera a Ethan agarrándose el brazo, la película nos lleva por toda una montaña de emociones y contradicciones que dan para buenas charlas coloquio (y si no que se lo digan a los ceniceros de Garci) Desde De Cines y Cenas os recomendamos que veais y/o revisiteis este clásico entre los clásicos y que muestra, como nadie, el oficio del cine.