Se dice y se cuenta que no puedes decir que has visitado un país si no has tenido problemas con la policía y has evacuado. Lo que en un principio puede indicar que tenemos amistades carceleras, se convierte en realidad cuando te trasladas a cualquier país fuera del territorio Schengen, pero como en esta ocasión no es el caso, cambiamos la benemérita por ver una coronación real. Sí, amigas, hemos estado en Dinamarca: ¡El lugar más feliz de la Tierra!
El país de la Sirenita, Andersen y las cajas de costura, recibió a De Cines y Cenas engalanando las calles con su bandera y la foto de unos señores que resultaron no ser nosotras, sino los reyes (cada una con sus cosas). Ni los -9º centígrados, ni el hielo por las calles nos iban a quitar la ilusión de ver y disfrutar el considerado segundo “país más feliz de la Tierra” por el prestigioso ranking World Happiness Record de las Naciones Unidas.
Nuestro viaje empezó en Copenhague, ciudad a la que llegamos tras luchar contra las máquinas de billetes de transporte que, así, de primeras, tienen siempre más opciones de las necesarias. (Nota: en todos los aeropuertos debería haber una máquina con un botón muy grande que dijese: “Billete para salir de aquí y llegar al centro de la ciudad” y desde allí ya distribuir.) En esta ciudad, decir que nuestro hotel estaba cerca es como decir que hace frío, una obviedad. La ciudad es relativamente pequeña, aunque muy acogedora, limpia y (sobre todo) silenciosa. Un millón y poco de personas viven en este antiguo pueblo vikingo de pescadores, que se convirtió en capital del reino en el siglo XV y que, tras enfermedades, pestes, incendios y desolaciones varias, en el siglo XVIII puso la primera piedra para convertirse en la ciudad que conocemos ahora.
Dando un paseo por Strøget, la calle comercial y peatonal más grande de Europa, fuimos pasando, de tienda de Lego en tienda de Lego, por pastelerías donde disfrutar de los típicos y riquísimos pasteles daneses, la tienda oficial de la Royal Copenhagen que desde 1775 realiza finas piezas de porcelana y los mejores bares del mundo: mezcla de taberna inglesa, con cerveza y juegos de dados, con el volumen de una clase de Bachillerato recibiendo las notas del examen final de Química.
Como lugares dignos de visitar se encuentran: el parque de atracciones Tivoli que es uno de los más antiguos del mundo, el Nyahvn (puerto nuevo) que es el puerto más famoso y típico de las postales de la ciudad y el evocador lugar donde Hans Christian Andersen escribió ‘La princesa y el guisante’… rodeado de marineros y prostitutas. Y es que una de las cosas que más nos gustan de las nórdicas, y que poco apreciaba Alfredo Landa en sus buenos tiempo, es su sinceridad. Ni te esconden quién vivía en las casas de la postal que le acabas de mandar a tu abuela, ni se les caen los reales anillos al reconocerte que la mitad de sus grandes reyes fueron unos absolutistas cuyo mayor logro fue la defensa de su país tras la invasión que ellos mismos habían montado (como se puede aprender en el palacio de Rosenborg, que también os recomendamos, y donde se pueden ver las joyas de la corona). Y se agradece oiga.
Así pues, con una ciudad totalmente engalanada para la ocasión, los daneses montaron unas pantallas gigantes y un show en directo a lo “Murcia que bella eres”, en el que la capa del Ramonchu danés era sustituida por un pedazo de abrigo sobre cuatro camisetitas térmicas interiores, para despedir a su reina Margarita II y dar la bienvenida a Federico X y a su esposa (que a la amante ya la saludamos nosotras por Madrid).
«Esta gente lo cuenta tó.»
Tras visitar la Sirenita, la iglesia de mármol, subir a la torre del Parlamento y perdernos un rato por la Ciudad libre de Christiania, decidimos volver a coger el tren y subir hasta Humlebæk para visitar el Museo de arte moderno de Louisiana. Este museo mezcla las exposiciones con una curiosa arquitectura y un maravilloso paisaje, que hace de este lugar un sitio único. ¿Y a quién no le gusta saber que el nombre del espacio es por las tres y tocayas esposas que tuvo el ricachón que hizo la casa originaria? Esta gente lo cuenta to.
Con tiempo y ganas, unos kilómetros más arriba, subiendo por la costa, descansa el Castillo de Kronborg que es uno de los monumentos daneses considerados Patrimonio de la Humanidad.
“¡Daneses! ¡Ya habéis visto nuestros michelines, ahora enseñarnos los vuestros!” – DCyC
Todo muy frío y muy bonito, pero según volvimos a la capital dijimos: “¡Daneses! ¡Ya habéis visto nuestros michelines, ahora enseñarnos los vuestros!” Y nos llevaron a Norrlyst un reciente Estrella Michelin, muy cerca del centro de la ciudad, coqueto, íntimo y con media cocina abierta, donde se podían ver los últimos retoques antes de la presentación de los platos. Pedimos el menú degustación, que presumía de ofrecer unos productos frescos y de temporada (como absolutamente todos los restaurantes así del mundo). Para beber elegimos una copa de vino y una limonada y tras maravillarnos con los cuchillos de madera más cuquis que hemos visto en nuestras vidas, llegó el entrante: un tartar de ganado ecológico, sobre col de palma, crumble de masa madre y nabos encurtidos al limón. Un curioso entrante, de pomposo nombre y que tardaron más en servirnos que en hacerlo y que tenía un gran problema… venía a la par que un pan de trigo y un platito de mantequilla batida con ceniza de puerro que, si bien es cierto que pedía a gritos una pizquitita de sal, era exquisita. Tras eso vinieron varios platos con caviar rosini, sobre carrillera de rape frita, pechuga de pato asado con salsa de cerezas encurtidas y sombrero de trompeta negro y un sorbete de mandarina con un pastel de especias, caramelo de romero y escaramujo encurtido… pues bien, nada, repetimos, NADA, fue comparable a La Mantequilla. Lo mejor, con una diferencia abismal. Qué maravilla de lácteo batido. Parecía nata, pero al pasarla sobre el pan generaba una mezcla tan maravillosa que todo el resto dio igual.
Tras el poco éxito Michelin, descubrimos un lugar de sándwiches daneses llamado Smagsløget que es nuestra verdadera recomendación culinaria del artículo. Aunque, obviamente, os imploramos (por vuestro bien) que no os vayáis de Dinamarca sin comeros un buen smørrebrød. Hay tantos sitios buenos que preferimos que seáis vosotras las que nos digáis vuestro favorito.
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