50 euros, el club del gourmet y una cena

Ya llegan las fiestas y los anuncios en los que familias numerosas y agobiadas corretean de un lado para otro intentando organizarse para conseguir los ingredientes de lo que más tarde se convertirá en la cena en la que alguien, por fin, dice o hace algo tan maravilloso que consigue que todo el mundo se abrace y llore al calor del turrón.

Nosotros somos dos y hablamos todos los días de nuestras cosas, por lo que hemos decidido centrarnos en la comida y sacar los temas importantes cuando los necesitemos y no cuando nos diga la bebida alcohólica de turno, así que con ustedes, una cena de Navidad diferente y con tope salarial.

Este post empieza con una tarjeta regalo de El Corte Inglés por un importe de 50 llegando a nuestras manos. La verdad es que no es un establecimiento en el que compremos habitualmente y por eso al principio no veíamos muy claro cuál podía ser el uso del dinero que contenía nuestra tarjetita de plástico. Pero, para ser sinceros, tampoco nos hizo falta darle muchas vueltas hasta que se nos encendió la bombilla porque la verdad, es que nuestro estómago guía muchas de nuestras decisiones. Así que sí, como habréis intuido sumando título e intro, decidimos gastar nuestros 50 € en el Club Gourmet del comercio español por excelencia (y muy españoles y mucho español). 

Una cena de picoteo con algunos productos más caros que otros, algún capricho (que para eso está este experimento) y algún detalle que nos causaba curiosidad. 

Tras un ligero vistazo por la web y un paseo físico por la susodicha sección gourmet, os resumimos a continuación nuestra selección, que intenta ser una cena de picoteo con algunos productos más caros que otros, algún capricho (que para eso está este experimento) y algún detalle que nos causaba curiosidad. 

Para empezar, una marcianada de la que todo el mundo hablaba maravillas: que si una explosión de sabor en la boca, que si una sensación inesperada… Hablamos de los Caviaroli, un trampantojo de aceitunas esféricas creación de Albert Adrià (hermano de Ferrán), a 13,90 € el bote de 60 gr. Las hay en tres ediciones, las verdes, las picantes y las negras, como no quedaban de las primeras nos decidimos por las picantes. 

Para seguir el aperitivo, unos Mejillones de las Rías Gallegas en escabeche 6-8 piezas marca Club del Gourmet, a 8,90 € la lata 69 gr. La verdad es que no somos súper amantes de este molusco en escabeche, pero la pinta y el tamaño nos impresionó tanto que no pudimos evitar las ganas de probarlos. 

Y como unos mejillones sin patatas están huérfanos, cogimos una bolsa de Patatas fritas sabor aperitivo La cala también creación de Albert Adrià por unos 2,90 € la bolsa de 140 g. Elegimos las de sabor a vinagreta porque habitualmente ese es el que más nos gusta. 

En ningún aperitivo que se precie puede faltar un buen quesito, así que el elegido para cubrir esta vacante fue una crema de queso Payoyo a 5,60 € el tarro de 130 gr. Este queso elaborado a partir de la fundición de queso de cabra semi y curado, ha tomado mucho renombre últimamente y nos apetecía probarlo para ver si la fama era merecida. 

Como platos “fuertes” una carne y un pescado; una Trilogía de magret de pato Castaing a 9,70 €  el sobre 90 g, que nos sacara del habitual jamón, y un Tartar de salmón ahumado con cilantro y limón Benfumat a 8,60 € los 100 g. Nos encanta el tartar y los sabores cítricos así que esta combinación no nos podía sonar mejor. 

Preparamos la mesa, unas velitas, agua (porque nos propusimos tener la cena por 50€ y solo nos quedó para agua de grifo) y nos pusimos al lío. Lo primero que probamos, más por tradición que por ansia, fueron las patatas fritas. Buena patata, gruesa, crujiente y de sabor… normal. Para bien o para mal, las Matutano han criado a una generación que busca o sabores tradicionales (la patata de churrería de toda la vida) o locuras crujientes que nos dejen los dedos de colores. Entendemos lo que ha querido hacer Adrià aunque… no repetiremos. Pero había que comerse las patatas, y había unos mejillones enormes que pedían subirse a sus lomos y hacer una de esas combinaciones de aperitivo en casa, donde el decoro y la lógica duran lo que tarda en estar listo un cocido. Los mejillones… brutales. Sabor exquisito, limpios, bonitos, parecían hechos para una foto en Instagram, pero fueron todos a nuestros agradecidos estómagos. Con esta felicidad en escabeche, limpiamos nuestros paladares con buenos buchitos de agua de Madrid y nos acercamos lentamente a lo más raro que íbamos a probar esa noche: los Caviaroli. Abrimos el tarro y lo primero que nos llegó fué un agradable olor a aceite. Cogimos nuestras cucharillas, sacamos cada una una bolita y tras brindar convexamente, nos metimos el trampantojo en la boca. Fue moverla un poco y una aceituna deflagró en nuestras papilas gustativas a tal velocidad que solo quisimos probar otra, llevadas por un grato recuerdo de sabor.

Seguimos con unas tostaditas de queso Payoyo, que nos recordaron un poco al sabor de una torta de El Casar y lentamente fueron cayendo las finas láminas de la segunda trilogía que más nos ha gustado tras ‘El Señor de los Anillos’, la del magret de pato, sabor riquísimo, textura casi mejor. ¿Y qué decir del salmón?… una maravilla, suave y aromático. Entre una rodajita de esto y un tenedorcillo de lo otro, nos tomamos otra “aceituna” y nos vimos lo suficientemente contentos como para tomar otra, pero ya fue un error. Si bien los Caviaroli son una cosa “diferente” y atractiva para uno o dos bocados, el tercero es totalmente innecesario, así que (si os decidís a probarlo) avisadas estáis.

Conclusión: Por lo general, la verdad es que los sabores de todo lo que compramos no eran muy diferentes de los que habíamos probado con anterioridad al comprar un salmón o un jamoncito de pato de una marca de escala media y a precio razonable, pero el matiz de lo que hemos degustado hoy ha estado en las texturas. Hemos probado mejillones de todas las latas del mercado (nacionales e internacionales) y nos hemos encontrado de todo: desde los que deberían mirarse un poco los restos de concha, los medianos, los rotos, los destrozados, los que solo son barba… pero como estos, nada. Y lo mismo con el salmón y el resto de productos. Esas texturas y esos sabores duraderos e intensos son los que se pagan y también son… como deberían ser en todos los productos del mercado, sabores reales y sin edulcorar. Pero al igual que hemos (prácticamente) acabado con el caviar (hablamos del ser humano y no de nosotras que de eso sólo hemos catado los del Carrefour de 2.49 el bote) tenemos que entender que las pescas y ganaderías no sostenibles, así como los consumismos irresponsables, nos están quitando la posibilidad de disfrutar de alimentos sanos, naturales y ricos. Sí, bajonazo de final, pero nos sentimos un poco culpables por este derroche capitalista y lo pagamos así… nos vamos a reciclar, Felices Fiestas.

Pd. Este precioso unicornio que nos acompaña en la cena es Almuerzo, nuestra querida mascota de Navidad, que cada año sale del armario en el que lo guardamos durante 11 meses para pasar las fiestas con nosotras. ¡Arriba el brilli brilli!

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