El food porn copa nuestras redes, miles de fotos y reels de comidas deliciosas, humeantes, crujientes y chorreantes… Cada vez aumenta más el número de instagramers que nos muestran las maravillas de los restaurantes a los que van, lo increíbles que son los platos que se piden, seducen a la cámara y a los followers con las mejores hamburguesas, pizzas y croquetas, los helados más cremosos, y los platos más llamativos e innovadores.
Estas cuentas fascinan, nos extasiamos con sus imágenes y nos sumergimos en el espectáculo que nos proponen. Deseamos darle un bocado a esa comida o ir a ese restaurante, y se nos pasan los minutos, incluso las horas, deslizando con el dedo en la pantalla. Y a nosotras no es que nos parezca mal, somos las primeras cautivas, pero, cuando hace un año decidimos meternos en esto de ser blogueras, nuestro planteamiento fue un poco distinto. Quizás seamos un poco viejunas, pero pensamos que, ya que nos encantaba salir a comer y cenar de vez en cuando, escribir pequeñas reseñas sobre los restaurantes que visitamos podía ser un proyecto bonito y que además sirviera a otras personas para tener referencias sobre la calidad, precios y servicio de los sitios a los que íbamos. Nuestra idea no era tanto tener miles de seguidores, sino pasarlo bien, disfrutar de la comida y si de paso podíamos servir a alguien de ayuda, pues bienvenido sea.
Sin embargo, después de un tiempo nos empezamos a dar cuenta, de que nos resultaba un poco difícil dar opiniones ajustadas sobre los sitios a los que íbamos. Que si habíamos tomado un plato flojo en un restaurante o no nos habían atendido bien, nos sentíamos un poco mal contándolo. Y por supuesto, si nuestro post no era un explosión de alegría y sabor, como estábamos acostumbradas a ver en otras cuentas que se dedican a hacer este tipo de reseñas ¿cómo íbamos a etiquetar al establecimiento en cuestión? porque, aunque nuestra meta no sea tener miles de seguidores, obviamente, no estaría mal que ya que dedicamos tiempo y esfuerzo a este proyecto, nuestras reseñas pudieran llegar a más gente. Y si no nos deshacíamos en alabanzas ¿cómo nos iban a dar al like o compartir?
Tras varias conversaciones internas sobre el tono de nuestras reviews, simplemente hemos llegado a la conclusión de que en las redes se genera una dinámica parecida, trates el tema que trates.
Da igual que sea la historia de tu vida, o una reseña sobre un restaurante, la cuestión es que toooodo sea maravilloso. Que seamos felices y estupendas, que nuestras fotos sean las mejores, que los sitios a los que vayamos sean los más molones de la ciudad y que demos mucha envidia a todo el mundo.
Porque eso es lo que vende en las redes, el brillibrilli, mundos felices vestidos de sabores, olores y colores espectaculares. Desde De Cines y Cenas nos preguntamos si en estos espacios hay lugar para una crítica constructiva, para trasladar una experiencia de un modo más cercano y humilde; obviamente desde el respeto y la educación, pero contando las cosas de una manera un poco más real, sin tanta felicidad y maravillosidad impostada y de vez en cuando, siendo un poco críticas.
¿Vosotros qué pensáis?
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