El cine más bonito del mundo: teatro Tuschinski

Los edificios destinados a cines, teatros y auditorios siempre han sido una oportunidad para que la arquitectura desate su creatividad y demuestre sus posibilidades. Desde los que tienen solera y fama reconocida como el Radio City Music Hall de Nueva York, inaugurado en Manhattan en 1932, y cuya belleza impresiona por sus tonos rojos y sus balaustradas curvas, hasta los más recientes como el Cine Delphi Lux de Berlín (2017), en el que cada sala se concibe como un mundo independiente construido a través del color y la luz.

Muchas son las listas de los cines más bonitos del mundo y los artículos escritos sobre este tema. Y es que podríamos decir que las salas de cine son el envoltorio de los sueños; la burbuja en la que nos acomodamos dispuestas a dejarnos transportar por una maravillosa historia la siguiente hora y media de nuestra vida. Y por eso, su diseño tiene que ser acorde con su función.

Hoy proponemos fijarnos en la historia de uno de estos edificios que hemos tenido la suerte de visitar durante nuestras vacaciones en los Países Bajos. Un enorme edificio Art Decó que no dejará de impresionar a quien lo visite: el Teatro Tuschinski en Amsterdam.

“Declaramos sin lugar a dudas que las más salvajes expectativas han sido excedidas y que el Sr. Tuschinski ha donado un teatro a nuestro país que no tiene igual.”

Al pasar delante de este cine, no pudimos evitar detenernos frente a él y asomarnos a su interior, e inmediatamente nos entraron ganas de poder ver una peli allí. Suerte que en Amsterdam las tardes lluviosas son habituales, así que el tiempo holandés nos proporcionó la excusa perfecta para comprar nuestras entradas y acomodarnos en las amplias y mullidas butacas de esta sala con largo recorrido y vicisitudes que aprovechamos para investigar y que os contamos a continuación para vuestro deleite. 

El teatro fue fundado por Abraham Tuschinski, un inmigrante polaco que ya poseía cuatro cines más en Rotterdam, junto con sus cuñados Gerschtanowitz y Ehrlich. Su construcción comenzó el 18 de junio de 1919 y costó cerca de cuatro millones de florines, una cantidad nada despreciable para la época. Además de su maravillosa arquitectura, que mezcla los estilos Art Decó, Art Nouveau, Jugendstil y la Escuela de Amsterdam con influencias asiáticas, estaba equipado con las últimas novedades electrotécnicas, un innovador sistema de ventilación y un impresionante órgano. Cuando en octubre de 1921, abrió por primera vez sus puertas, el diario de la época Het Vanderlan escribió: “declaramos sin lugar a dudas que las más salvajes expectativas han sido excedidas y que el Sr. Tuschinski ha donado un teatro a nuestro país que no tiene igual”

Con la ocupación nazi de Países Bajos, en mayo de 1940 Abraham Tuschinski y sus socios fueron despedidos de su propio negocio y el control fue tomado por la compañía alemana Tobias Films, que cambió el nombre del cine al de Tivoli. Tuschinski fue deportado a Auschwitz donde fue asesinado en 1942. Después de la liberación holandesa, su nombre fue restaurado y el edificio fue declarado monumento nacional en 1967 debido a su arquitectura distintiva. 

Desde entonces el edificio ha ido sufriendo diferentes cambios de propietarios para finalmente ser adquirido en 1995 por la compañía francesa Pathé que renovó su interior para devolverlo al estado original y construyó un corredor que lo unía a otro próximo cine de su propiedad (Tuschinski 3) constituyendo un complejo de 6 auditorios. Con motivo de su centenario en 2021 el complejo fue renovado de nuevo restaurando los murales destruidos de Pieter dan Besten en el auditorio 2 y abriendo en su hall el “Bar Abraham”. Ese mismo año, el Teatro Tuschinski fue nombrado el cine más bonito del mundo por Time Out

Que después de tantas ilusiones, guerras, dolores y reconstrucciones, podamos seguir sentándonos en esta sala a disfrutar de nuevas historias, a nosotras nos parece bastante alucinante, ¿a vosotras?

Apéndice: Nope o la captura de lo imposible. 

Aprovechamos este post para hacer también una breve reseña de la película que disfrutamos en las cómodas y mullidas butacas del Teatro Tuschinski: Nope. A nuestro entender un film muy apropiado por el género y la sensación un tanto surreal que se nos quedó pegada en el cuerpo durante un tiempo tras encenderse las luces y volver a salir a las calles de la capital holandesa. 

Nope es una película de terror y ciencia ficción dirigida y producida por Jordan Peele que cuenta la historia de unos granjeros que tienen un negocio de caballos para el cine y que viven un suceso paranormal. La película nos pareció fantástica (en todas las acepciones de la palabra) y repleta de alusiones e intrahistorias, lo que la hace todavía más interesante. Desde el paralelismo con la historia de Eadweard Muybridge que a finales de 1800 fotografió a un caballo en movimiento produciendo el primer conjunto de fotografías utilizadas para crear una película, pasando por plantear una reflexión sobre nuestro uso de los animales para producción de espectáculo, hasta mostrar los límites a los que nos pueden impulsar las motivaciones económicas, Nope nos presenta una trama que atrapa y desconcierta a ratos, pero que desde luego sorprende por la originalidad y no deja indiferente.

Lo que es seguro es que tanto la peli como la sala, se quedaron resonando en nuestro interior por unos días, y eso es señal de que algo nos removieron. Una experiencia totalmente recomendable.

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